Memorias de Apolo.

Manuscrito 00 - Prólogo

Abrió sus ojos, producto de la lluvia que caía con fuerzas sobre la cuidad. Se reincorporó con una prisa voraz sobre su propia cama. ¿Durante cuanto tiempo había dormido?. Hacía rato que no lograba conciliar el sueño durante más de cinco horas consecutivas, y dudaba que aquella oportunidad fuera alguna clase de milagrosa excepción. Se levantó, caminó hacia la ventana y pudo corroborar de que estaba en lo cierto: La luna aún estaba ahí, imponente, indicándole a gritos que no había logrado dormir como en su tierna infancia.

Se dio la vuelta, pudiendo comprobar una vez más el desorden que tan asentuado estaba sobre aquellas cuatro paredes. Los excesos que allí se encontraban, eran sencillamente incontables. El estado actual de su cabeza, era la irrefutable prueba de eso. Un estado de confusión y adormecimiento, que en un principio le había sido ajeno, hostil, extraño, pero al que finalmente había logrado acostubrarse e incluso abrazado, pues en él había encontrado cierto consuelo desesperanzador. Consuelo que, por desgracia, lo hacía identificarse con la humanidad que tanto aborrecía pues: ¿Cuántas personas como él buscaban consuelo en vanidades nocivas? ¿Cuántos eran los que, en aquel mundo egoísta e individualista dónde cada uno construye su propia cuna y caba su propia tumba, reaccionaban como él?. Muchísimos, pero aún así pocos. Aunque sus razones diferían del común denominador de la gente, para entenderlas, es menester remontarse a su niñez.

Su niñez comienza años atrás, muchísimos años atrás, cuándo no se llamaba Apolo, sino que tenía el nombre que quienes lo engendraron le habían dado tan cariñosamente: Kurono Kei.

Manuscrito 01 - No es imaginación

Kei era hijo de Light Kurono, un millonario magnate. Corpulento, serio y que utilizaba tanto su traje que en varias oportunidades incluso dormía con el-Detalle que incluso el día de hoy, Kei recuerda con veracidad- Al ser alguien de alta cuna, antes de su nacimiento podía pronosticarse que la gloria le estaba aguardando. Iba a ser muy querido por su familia, crecería bajo la dura tutela de su progenitor, seguiría con el negocio familiar y, más tarde, cuando tuviera la edad suficiente, se casaría con una bella mujer con la cual engendraría un hijo que seguiría sus mismos pasos. Nada podía salir mal, incluso cuando ni siquiera había nacido, su familia ya tenía grandes planes para él. Sin embargo, el destino  tenía otras pretenciones para Kei. Por lo que, como era de esperarse, todo salió mal.

Su nacimiento fue de lo más corriente, y sus primeros cinco años de vida también lo fueron: Se trataba del típico niño hiperactivamente feliz, del que únicamente podían esperarse risas, diversiones y pequeñas alegrías que les daba a sus padres con algún que otro dibujito abstracto. Todo marchaba bien, pero se sentía que algo estaba a punto de acontecer, así  como se siente aquella calma pasajera que exclama con desesperación que la desgarradora tormenta está por llegar y destruír hasta la última de las cosechas.

Los accidentes comenzaron a ocurrir cuando, por las noches, Kei se quedaba a oscuras en su habitación debido a que necesitaba dormir. Entonces, poco después de que su dulce madre lo besara en la frente y le cerrara la puerta, inexplicables ruidos parecían escucharse desde su fortaleza. Se escuchaban como golpes y gruñidos que eran acompañados por los desesperados gritos del niño, que exclamaba por la ayuda de cualquiera que se dignase a salvarle de aquella auténtica pesadilla. Cuando esos episodios sucedían, sus padres acudían hacia él rápidamente. Aunque nunca lograron hacerlo a tiempo. Cada vez que llegaban, lo único que podían ver era un desorden inexplicable y a su querido hijo completamente golpeado.

Esos episodios continuaron repitiéndose con más y más frecuencia. La gota que rebalsó el vaso ocurrió durante una de esas típicas cenas familiares que se tienen durante alguna festividad. Uno de los tios de Kei comenzó a narrar una historia dirigida al público infantil que con tanta atención le estaba escuchando. En ella, relataba con fascinación sobre la existencia de una temible bestia de fuego que tocaba la puerta de las casas cuyos niños no se habían ido a dormir pasada la media noche. Cuando el relato terminó, alguien tocó la puerta. Incrédulo, el tio sonrió y se atrevió a bromear al respecto.


A petición de los adultos de la mesa, Kei movilizó sus pequeñas patitas hacia la gigante puerta y la abrió.

Fue una masacre.

El comedor se tiñó de rojo, con la sangre de cada una de las personas con las que Kei alguna vez había compartido una cena. Con la de todos menos sus padres, quienes no tardaron en darse cuenta de que su hijo era el que de alguna manera, había disparado la aparición de esa temible criatura.

Lamentable suceso y dolorosa decisión, el pequeño niño que estaba asustado de sus capacidades, fue aislado entre cuatro paredes.

-Jamás volverás a ver la luz del sol, monstruo-Se le advirtió justo antes de que su calvario comenzara.